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¿La tecnología nos está volviendo menos humanos? Una mirada crítica

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Una de las primeras alertas proviene de la capacidad cognitiva : la habilidad de pensar con atención profunda, reflexionar y formar un juicio crítico. Diversos expertos han señalado que la sobreexposición a la información fragmentada y las distracciones constantes de la era digital están minando nuestra concentración y pensamiento crítico.

Una de las primeras alertas proviene de la capacidad cognitiva : la habilidad de pensar con atención

profunda, reflexionar y formar un juicio crítico. Diversos expertos han señalado que la sobreexposición

a la información fragmentada y las distracciones constantes de la era digital están minando nuestra

concentración y pensamiento crítico. El escritor Nicholas Carr , conocido por su análisis de los efectos de

internet en el cerebro, advertía ya hace una década que la red podría estar volviéndonos

intelectualmente “más superficiales”. Hoy, lamentablemente, asegura que “los efectos adversos de la

tecnología en nuestra capacidad mental son incluso mayores de lo que [él] esperaba” . De hecho,

estudios recientes muestran que tan solo tener el teléfono cerca (incluso apagado) reduce nuestra

capacidad de resolver problemas, concentrarnos e incluso mantener conversaciones profundas ,

debido a la distracción cognitiva que genera . Nos habituamos tanto a la inmediatez del móvil que

“hasta cuando no lo usamos estamos pensando en hacerlo” , señala Carr , lo cual roba nuestra atención y

“hace que pensemos más deficientemente” .

La sobrecarga de información en internet, con notificaciones constantes y contenidos efímeros, fomenta

hábitos de atención superficial, del multitasking y del cambio de foco continuo. Estas prácticas

refuerzan lo que el psicólogo Daniel Kahneman llamó «Sistema 1», nuestro modo de pensamiento rápido e

impulsivo, en detrimento del «Sistema 2» —más lento y reflexivo— . El continuo bombardeo de entradas

sensoriales y cognitivas hace que cada vez resulten más difíciles tareas como la lectura profunda y la

comprensión sostenida, lo cual impide construir conocimiento sólido y desarrollar un criterio autónomo..

Numerosos pedagógicos educativos han advertido y demostrado ya el impacto de la distracción digital en

la cognición, especialmente en adolescentes y jóvenes. Exceso de uso de redes sociales y apps genera una

adicción a la recompensa inmediata (likes, comentarios, notificaciones) y una caída de la tolerancia a la

frustración. Esto podría estar llevando a déficits en el pensamiento crítico y en la capacidad de

ponderación razonada, una merma que se refleja, por ejemplo, en la proliferación de desinformación o

noticias falsas. La tecnología no solo amplifica los sesgos humanos, sino que compite por nuestra energía

mental, dejándonos con menos recursos para evaluar contenidos con rigor y distancia.

Además de la sobrecarga informativa, existe la delegación progresiva de nuestras funciones cognitivas en

dispositivos y algoritmos. Hoy confiamos en los buscadores para recordar hechos, cifras o definiciones; en

aplicaciones de mapas para orientarnos; y en recomendaciones automatizadas para elegir qué consumir, qué

ver, escuchar o leer. Esta externalización del pensamiento trae comodidad, pero también riesgo de

desentrenamiento mental. El psicólogo alemán Manfred Spitzer, por ejemplo, acuñó el término «demencia

digital» para describir cómo la dependencia de dispositivos puede conllevar pérdida de memoria y

atención. Spitzer alerta que las nuevas tecnologías podrían hacernos perder capacidad de reflexión y

habilidades de comunicación cara a cara, si no se usan con moderación. De modo similar, otros

investigadores como Howard Rheingold y Clifford Nass advierten que la conexión permanente y el bombardeo

de estímulos digitales van en «detrimento de la comprensión más profunda, del pensamiento crítico y [hasta]

creativo». En suma, la saturación tecnológica puede estar atrofiando ese «músculo» mental de la

concentración crítica, haciéndonos más proclives a aceptar pasivamente lo que vemos en la pantalla sin

analizarlo.

Casos reales ilustran este fenómeno. La confianza ciega en sistemas GPS, por ejemplo, ha llevado a algunos

conductores a peligrosas situaciones por seguir instrucciones automáticas sin ejercer juicio propio. Se han

documentado incidentes de «muerte por GPS», denominación dada a accidentes ocurridos por aceptación

acrítica de las indicaciones del navegador, ignorando señales del mundo real. En estos casos, las personas

prestaron más atención a la voz sintética que a su propio sentido común, con consecuencias trágicas. Son

ejemplos extremos, pero simbólicos, de cómo delegar excesivamente nuestras facultades en la tecnología puede

mermar nuestro juicio y capacidad de decisión con criterio propio.

Empatía y conexión humana bajo amenaza

Más allá del plano cognitivo, la vida digital está afectando nuestra empatía y nuestras habilidades sociales.

Diversos estudios indican que el tiempo excesivo en redes sociales y pantallas se asocia con un descenso en la

empatía y en la calidad de las interacciones cara a cara. La comunicación escrita, aunque útil y ubicua, no

transmite con la misma intensidad los matices emocionales de la voz, el gesto o el contacto físico. Cuando la

mediación tecnológica se vuelve norma, corremos el riesgo de volvernos menos sensibles al otro y de caer en

dinámicas de deshumanización, como el discurso de odio o el acoso.

La hiperconexión también produce aislamiento paradójico: estamos siempre conectados, pero nos sentimos más solos.

La psicóloga Sherry Turkle, del MIT, lo resume en «solos juntos»: preferimos la interacción controlada y

edulcorada de las pantallas porque reduce la incomodidad del encuentro real; sin embargo, esa comodidad reduce la

tolerancia al otro y nuestra capacidad para convivir con la ambigüedad, la diferencia y el desacuerdo, elementos

fundamentales de la vida en comunidad.

Autonomía y libre albedrío frente a los algoritmos

La inteligencia artificial y los algoritmos de recomendación nos ofrecen contenidos, productos y decisiones a

medida, basándose en patrones de comportamiento. Si bien esto puede mejorar la experiencia de usuario, también

plantea un reto a nuestra autonomía: cuanto más nos ajustamos a las sugerencias automatizadas, menos espacio

dejamos a la exploración, al error y al descubrimiento inesperado, componentes esenciales del criterio propio.

Además, los sistemas algorítmicos son cajas negras que pueden codificar sesgos y reforzar burbujas de filtro.

Confiar ciegamente en ellos puede llevar a decisiones injustas o poco transparentes. Por eso es clave mantener

un «human in the loop»: revisar, cuestionar y auditar las salidas de los sistemas automáticos, y enseñar

alfabetización algorítmica para comprender sus límites.

Creatividad humana en tiempos de inteligencia artificial

La IA generativa ha abierto un abanico de posibilidades creativas sin precedentes. Sin embargo, si la usamos solo

para acelerar la producción o para sustituir el esfuerzo de explorar ideas, corremos el riesgo de homogeneizar

resultados y perder profundidad. La clave es emplearla como herramienta de ampliación cognitiva: para bocetar,

probar variaciones, obtener perspectivas alternativas, pero siempre con una dirección y criterio humanos.


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